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Del mismo metal

Relatos Dreamers

Se le desencaja el rostro, los ojos como platos, y tose, casi escupe, un nomejodas sin aliento que deja escapar un trocito de voluntad a cada letra que pronuncia. Yo le doy otra chupada al cigarro, con melodrama, y me separo de él porque el semáforo ya está en verde y él se ha quedado en la acera, petrificado. He seguido de largo, como si no fuera conmigo, o yo con él.Añadir Anotación

-¡Espera, espera!

-Qué quieres.

-No será verdad.

-No serás gilipollas.

Me pone malo con la retórica. La cara se le crispa unos instantes, como si asimilara el mal trago y le diera una chispa de solidaridad conmigo. Si fuera mi alumno le pondría un diez, porque se ha trabajado la expresión. Pero no es mi alumno. Ni siquiera es de mi escuela.

-Y qué vas a hacer –me dice. Gran amigo, éste. Ni un losiento, ni un aquímetienesparaloquesea, ni nada. Ahí se te cayó la máscara, Marquitos.

-A él le parto los cuernos. Hoy, mañana, cuando lo encuentre. A ella le tengo preparado otro menú.

Le dejo un silencio para que se luzca. Calada, echo el humo, me abrocho el gabán. Jodido invierno. Él se rasca la barbilla.

-No sé, no te precipites. ¿Quién te lo ha contado?

-Uno.

-¿Uno quién?

-Uno de confianza. Fabián –qué más da decírselo ya.

-¿Y ése es de confianza?

-Para mí lo es. ¿Para ti no?

Me gusta dejárselas caer. Me acomodo a ese juego, y a él le tiembla el pulso. Pobre Marcos.

-Pues no te digo yo que ella sí se merece algo. Una bronca, un rapapolvo. Pero con él habría que ir con cuidado. Tipos como ese llevan amigos.

-¿Conoces tú a tipos como ese? –y sonrío. Él traga saliva.

-A ninguno. Pero ya sabes, con lo que ha hecho, quién sabe qué más esconde.

Así me gusta más. Sereno, controlando, dando capeas. Bailándome el agua como si me tomara por tonto. Que me toma.

-Pues tienes razón. ¿Tú me ayudas?

-Y qué pensabas. Ya sabes que aquí me tienes. Para lo que sea.

Me sonríe forzado, pidiendo a gritos que deje correr el tema. Yo le miro con sinceridad –la de mi escuela, la que me gusta- y tiro el cigarrillo. Paramos ante otro semáforo.

-Gracias, Marcos –y le doy la mano. Una mano que le suda, resbaladiza, un apretón liviano con pinta de querer huir.

El hombrecillo con sombrero se ilumina de verde y ahora es él quien pone primero el pie en el paso de cebra. Al otro lado una señora inicia un grito, los faros refulgen y se oye un frenazo.

Al cigarrillo aún le queda humo que soltar. Más allá, a Marcos se le va escapando la vida por la sangre que se le esconde entre los adoquines.

***

-Te la pega.

-A ti sí que te la voy a pegar yo, Fabián. En toda la nariz, a ver si te la enderezo.

Al otro lado del teléfono a Fabián se le escucha reír más agudo, más punzante. Más sincero.

-Tú puedes seguir así, claro. Por qué no. Estás en tu papel de chico confiado y fiel. Y ella, mientras tanto, continúa con el suyo. Dándole a otros lo que no quieres que te dé a ti.

-Cuidado, Fabián.

-Cuidado lo tengo, Santiago. Todo el del mundo. Por eso mi Lucía no va a pensar en dármela con otro. A ti, por el contrario, te falta cuidado. Y te sobran cuernos.

Fabián siempre ha sido así. Crudo, directo, como una puñalada en el vientre. Desde que le torcieron el tabique y se dio cuenta de que no entraba en otros cánones. Visceral y desarraigado. Como un borracho olvidando penas. Pero sin beber.

-No me preguntes cómo lo sé, porque lo sabes perfectamente. Ella a mí me lo cuenta todo, igual que tú se lo cuentas todo a Marquitos. Y cuando Adela me cuenta eso, sin tapujos, sabiendo que te puedo ir con la historia perfectamente, no es por nada.

-¿Quién es?

-Pecado y no pecador, Santiago. Pecado y no pecador.

-Puedes irte a la mierda –le gusta ser el intrigante, que le sigamos la madeja de hilo. Y también cubrirse las espaldas. Los lenguaraces nunca lo dicen todo, por paradójico que suene.

-Míralo, ahí sales. Ya tardabas en ponerte duro.

-¿Quién es?

Se ríe otra vez. La carcajada se me clava en el oído, en el hígado, en el alma. Le divierte esto.

-Ahí ya no entro. Que no es que no quiera decírtelo, que me encantaría. Pero una cosa es meter el dedo en la llaga y otra verla sangrar sin hacer nada. Que te lo diga ella. O él.

-No te voy a suplicar, Fabián. Para eso ya tienes a tu Lucía.

-No la pagues conmigo, compañero. Yo no te he afilado los pitones.

-Claro que no. Tú no haces nada. ¿Cuánto me suplicará Lucía por saber que no haces nada?

Hay un silencio. Un silencio incómodo. Para él, claro.

-No me jodas, Santiaguito.

-Voy a joder a todo el mundo, si es preciso. Fabián.

***

Marcos se muere, creo. Mira hacia el techo sin mirar hacia él, y su boca no se cierra, enclaustrada dentro de la mascarilla. Marcos se muere.

Antes, se ha portado como un hombre. Tragando saliva, conteniendo el dolor. No ha montado una escena ni se ha deshecho en lágrimas. Con entereza, las manos manchadas de sangre, me ha musitado un Losiento. Las mismas palabras que el conductor borracho, sobrio ya por la catástrofe. Las mismas pero distintas. Marcos y yo sabemos por qué.Añadir Anotación

Se me moría en el regazo, tirado en el asfalto, y se me muere en la camilla. La ambulancia corre, llora, se ajetrea. Los automóviles se apartan y los semáforos ya no tienen color. En mi mente brilla un pensamiento. Viste de fiesta, se ha ido a encontrar la Parca bien vestido. Sonrío. Así es Marcos.

Le confería estilo a la pareja. Tenía el savoir faire que yo nunca tendré. Yo ponía los chistes, el ingenio, el guión de la película, y él la desarrollaba sin vacilar, con los gestos precisos y el vestuario adecuado. Éramos los reyes. Las dos caras de la moneda, pero hechos con el mismo metal.

Por eso lo de Adela. Porque estaba ahí, presa de la cruz, sin querer a la cara. Una compensación, equilibrar la balanza.

Marquitos.

Adela.

***

-Hola.

-Hola.

-¿Cómo estás?

-Bien. ¿Pasa algo? Creí que no venías hasta las siete.

-Sí. No vengo. A recogerte, digo. No puedo.

-¿Pero irás a la fiesta?

-Sí. Ponte guapa.

-¿Por qué no vienes a recogerme?

-Voy con Marcos. Tengo que hablar con él.

-¿Ocurre algo o es otra chorrada entre vosotros dos?

-Chorrada. Ya sabes, estamos pensando en gastarle algo a Fabián.

-No quiero quedar en ridículo porque tengáis ganas de juerga, Santiago.

-Descuida.

-¿No pasas?

-Me voy ya.

-Estás raro. ¿Seguro que no pasa nada?

Pausa. Ella me mira, yo la miro. Quiero llorar, preguntar mil cosas, suplicar. Enciendo un cigarrillo. Me calo el gabán.

-Tú sabrás. O Marcos sabrá. Ya veremos.

Así, a lo Bogart. O a lo Gable. "Francamente, querida, me importa un rábano". A Adela se le escapa una lágrima.

-Santiago...

-No me llores. No me importa.

-¿Y Marcos?

-Quizás un susto. Por los viejos tiempos.

***

Un susto, Marcos. No era más que un susto. Provocarte, animarte a que cantaras. Y luego, tan amigos. Resolviéndolo frente a un café, con Adela, como siempre. Del mismo metal, Marcos.

-Hicimos lo que pudimos.

-Gracias, doctor.

***

Hay ruido, música, risas. Pulso el timbre y todo disminuye un registro. Me doy cuenta de que voy hecho un adefesio. El gabán manchado, los ojos hinchados. Sangre en mis manos. Fabián abre la puerta. Escondo las manos en los bolsillos.

-¡Coño, Santiago! Hay que ver como vienes, no se te puede invitar a nada serio -luego más bajo, susurrando- ¿Vienes borracho o qué? ¿Estás bien?

-Bien. No te preocupes.

-¿Y Marcos? ¿Todo arreglado?

-Luego te cuento. ¿Adela?

-En la cocina.

No me quito el gabán. Fabián me ofrece una copa, pero la rechazo. No miro a nadie de camino a la cocina. Me cuesta mirar a Adela cuando entro. A ella no.

-Hola.

-Hola.

-¿Y Marcos?

Silencio. Un silencio incómodo. Otro más.

-Lo siento.Añadir Anotación


Adrián Daine.

Adriwan, 14 de Julio de 2004
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